En esta fiesta se recuerda el nacimiento de Jesús de Nazaret, el Iniciado más grande según criterio personal, que tuvo la humanidad.
Con el transcurrir de los años se fue perdiendo el significado del 25 de diciembre para transformarse en una reunión familiar para compartir comida y bebida.
Se agravó con el tiempo el tema del beber, pues ya no se trata de brindar sino de tomar y tomar hasta terminar muy mal. Luego se va a bailar, a dar vueltas por ahí, a “descontrolar” un poco la noche, porque si no la salida se torna aburrida.
¿Dónde quedó el festejo del nacimiento de Cristo? Olvidado por completo. Es más, ni siquiera se lo recordó en el momento de levantar las copas, fue ignorado completamente.
No se le debe echar la culpa a la juventud que sale por ahí a disfrutar de la noche. Somos nosotros los adultos los que debemos hacer renacer el verdadero espíritu navideño. Porque sucede en muchísimos hogares que la reunión familiar está rodeada de una atmósfera de odios, rencores, diferencias. El yerno no se habla con la suegra, la esposa mira mal a su marido, el tío Fulano está peleado con el tío Mengano. Es una reunión de hipocresías donde primero habría que haberse hecho las pases, haberse perdonado, para luego sí encontrarse y festejar juntos.
Ya lo dice un libro excelente: “Si estás enemistado con tu hermano y vas a hacer una ofrenda a Dios, ve primero a hacer las pases con tu hermano y luego sí realiza tu ofrenda.
No hace falta tal vez hablar frente a frente para perdonarse, es sólo una cuestión interna, de corazón, donde las palabras sobran.
La capacidad de perdonar a alguien es la cualidad más noble del ser humano, porque delata el amor de su alma, que comprende a pesar de las diferencias. Mi Maestro Cándido me enseñaba: “Quien más comprende es quien más y mejor ama”. Nosotros estamos acostumbrados a interpretar al amor como una cuestión sexual, una cuestión de pareja. Pero existe otro amor, el verdadero, que no espera nada a cambio, que todo lo brinda, que sufre por el dolor ajeno, que no puede hacerse a un lado ante el sufrimiento de otro. El amor de una madre es quizás lo más parecido a esa energía a la que me refiero: El Amor con mayúscula. Ese amor que tuvo Jesús y otros Maestros que hoy no vienen al caso mencionar. Quien así siente lo comprende todo, y por lo tanto perdona.
No hace falta tal vez hablar frente a frente para perdonarse, es sólo una cuestión interna, de corazón, donde las palabras sobran.
La capacidad de perdonar a alguien es la cualidad más noble del ser humano, porque delata el amor de su alma, que comprende a pesar de las diferencias. Mi Maestro Cándido me enseñaba: “Quien más comprende es quien más y mejor ama”. Nosotros estamos acostumbrados a interpretar al amor como una cuestión sexual, una cuestión de pareja. Pero existe otro amor, el verdadero, que no espera nada a cambio, que todo lo brinda, que sufre por el dolor ajeno, que no puede hacerse a un lado ante el sufrimiento de otro. El amor de una madre es quizás lo más parecido a esa energía a la que me refiero: El Amor con mayúscula. Ese amor que tuvo Jesús y otros Maestros que hoy no vienen al caso mencionar. Quien así siente lo comprende todo, y por lo tanto perdona.
Cada uno de nosotros vive y vivirá experiencias diferentes, en este mundo y en otros: existen miles de creaciones con miles de mundos con sus respectivas dimensiones en donde el ser humano cumple un destino diferente. La suma de experiencias en cada uno de los mundos nos limpia y eleva haciéndonos sentir poco a poco este amor al que me refería antes. Es decir que las creaciones sirven para descubrir el Amor que yace en nuestro interior, es decir nuestra verdadera naturaleza.
Por eso es que la Navidad no tendría que ser un festejo de algunas religiones sino de todas. Ampliamos esto último.
He dicho en otras oportunidades que el ser humano tiene varios cuerpos. Todos somos iguales, todos poseemos esos cuerpos, lo que nos diferencia es la conciencia que tenemos de ellos. Algunas personas viven pura y exclusivamente por lo biológico y lo sensorial. Otros empiezan a sensibilizarse un poco más, tiene cargo de conciencia si hacen malas. Otros ya no pueden hacer daño y trabajan por mejorar al mundo. Y hay quienes reúnen a su alrededor a multitudes porque su irradiación es irresistible, dando mensajes de amor y comprensión. Los primeros ni siquiera sospechan que tienen alma o espíritu. Los segundos tiene atisbos , flashes de sus almas. Los terceros están conectados. Los últimos ya comprenden que vinieron a este mundo para descubrir su divinidad interna, hacen un camino humano pero transitan también por el camino divino.
Es decir que el Cristo no es sinónimo de Jesús, sino que yace en el interior de cada uno de nosotros como un mago dormido. Y digo como un mago porque aquel que lo descubre tendrá acceso a la magia, a ser co-creador junto a quien le dio la vida. Cristo es una parte nuestra que nos está esperando con paciencia infinita para revelarnos su Verdad. Un católico tiene a Cristo, un musulmán, un budista, un ateo. Porque es partícula divina que Dios colocó dentro de cada ser. Es el Maestro interno, el Dios interior. Es el consolador del que Jesús habló a sus discípulos: “Nos os dejaré huérfanos”.
Por eso es que digo que la navidad es para todos, porque cada ser de la creación tiene algo esperando revelarse, algo que lo engrandece y dignifica, algo que justifica su existencia en este y en todos los mundos.Ojalá que en las próximas fiestas al reunirse con sus seres queridos, los impregne el espíritu navideño y recuerden que Dios puso dentro de cada uno de nosotros al Cristo, para que con Amor y comprensión elevemos todos juntos la vibración de este mundo convulsionado.
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